Juan Mireles
Hagamos un ejercicio, ¿te parece? Y aunque no, de igual forma ya inicié. ¿Qué? Ni yo lo sé. Resbalo sobre lo blanco, como en el hielo, pero nada de pista de hielo, o sea, no sé patinar. Es aventarse, de panza, si quieres, pero te deslizas y no sabes a dónde vas a ir a parar, mas paras; que ni qué. Te digo. Entonces, ya embarrado de lo blanco de la hoja no hay vuelta atrás. Palabrería dices, un poco y qué, igual sigues como yo lo hago, para encontrar ese final que reposa entre las líneas, como esperando a ver a qué hora el miope que escribe lo vea, ¿no? Pues igual y está, es decir: soy optimista y debo serlo porque mira que sigo en el lienzo, escribiendo. Pienso, no tanto. Me desespero, poco. Igual no hay nada… ¿o, sí? Qué extraña manera de encasillar ese “¿o, sí?”. Ve, esa “o” y la coma y el “sí”, no checa, ¿no? Está como raro, sí, me parece que no debería ir así, ¿o, sí? No importa. Bueno, ten en cuenta que me has obligado a escribir, te dije que no tenía ganas de hacerlo hoy, es más, llevo una semana sin ver historias en mi cabeza, excepto la nuestra que no se escribe. Te lo juro. Tú, ¿juras? Dicen que no se debe jurar en vano… ¡Ja! Afortunadamente soy ateo gracias a Dios, ¿ves? Está bien, sigo, tampoco es para que te pongas así.